La bruja (The VVitch: A New-England Folktale)

Publicado: 24 May, 2016 en 1
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– José Luis Ortega Torres | @JLOCinefago

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Pocas películas en los últimos años han provocado tantos dimes y diretes como La bruja, opera prima del estadounidense treintañero Robert Eggers, y todos ellos en busca de la verdad de Perogrullo con largas peroratas sobre el sentido-sinsentido que es en sí mismo definir si la película es buena o mala de acuerdo a “cuanto asuste o no al espectador”, con lo cual se pierde la sana perspectiva de estudiar a la película como una obra en sí misma, sin importar tanto el género al que se circunscribe, el cual servirá solamente como una etiqueta para el fácil –y en ocasiones inútil– trabajo de agrupar a los filmes por tales o cuales constantes comunes. Encasillamientos éstos que, necedades aparte, ya han sido rebasados por el cine contemporáneo.

La prueba final de lo anterior lo dan las películas del reciente artiehorror, obras que elaboran discursos novedosos a partir de anécdotas mínimas y puestas en escena sobrias, perfectamente medidas y que, sin caer en la salida fácil del exabrupto o los golpes de efectos chabacanos, crean atmósferas cinematográficas que van de lo inquietante a lo completamente atemorizante. La bruja, entra en esta categoría, y ojo, esto es mucho más que un género.

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Ahora bien, en estos modernos tiempos del CGI y la re-reelaboración de todos los lugares comunes del cine de terror, donde los argumentos verídicamente basados en verdaderos hechos reales-de-verdad resultan, ergo, ñoñamente falsos (y lo pueden comprobar a través de la lógica y la matemática), ¿qué puede ser lo verdaderamente novedoso? Como siempre: la vuelta a los clásicos. Eggers lo sabe, y por eso en lugar de buscar una película de terror al uso (¿lo habrá considerado siquiera?) decide voltear al origen, no del cine solamente, sino de las leyendas clásicas donde el oscurantismo religioso dictaba el ir y venir de las primeras sociedades en los Estados Unidos (aunque aplica a todasregiones), porque ¿sí leyeron, verdad, el título completo, original del filme?

Ahora bien, Robert Eggers propone con La bruja un filme introspectivo, lento, contemplativo (tan de moda esta palabra en el cine actual y tan pocas veces valiosa) y de expiación que resulta, paradójicamente moderno y vigoroso recurriendo no sólo a los materiales de archivos documentales para armar el guión y diálogos, sino que también se atreve a revisar y aplicar las enseñanzas de los grandes clásicos del cine, incluso aquellos filmados antes de la era del sonido directo. Ahí están las referencias al Häxan de Christensen, o a Dreyer; o si de verdaderos innovadores se trata, nadie como Ingmar Bergman en La hora del lobo. Y sí, la contundente opera prima de Egger bebe de todos ellos en mayor o menor medida, quieran o no quieran verlo, porque formalmente todo está ahí, en la magnificencia del encuadre. Quien se emocione con un ensordecedor efecto de sonido, la chapuza del espectro en segundo borroso plano, o la cámara borracha que regurgita planos móviles de 360°, para provocar “miedo” que espere al Conjuro 2.

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Pero la historia de William y su familia va más allá de un simple ejercicio estilístico plenamente logrado en su contención y en la puesta a cuadro del temor ominoso que los envuelve. El director debutante no pierde la cabeza y respira para darle paso a un discurso absolutamente contemporáneo que sostiene su premisa en las pulsiones y motivaciones que moldearon, desde aquellos tiempos de los inmigrantes pioneros, a los Estados Unidos: la paranoia y el miedo a la delación. No saber que sucedió, que está sucediendo y que es lo que va a suceder, hace de esta familia el centro no de lo diabólico, sino de culpas traspasadas y asumidas de padres a hijos y a hermanos, ocultando verdades y creando mentiras desbocadas con tal de ganar un poco de paz donde el ámbito de lo personal no existe: ninguno de ellos, ni adultos ni menores, son seres individuales capaces de tomar sus decisiones y responsabilizarse ante ellas. Lo más fácil será, como suele hacerse, culpar a lo desconocido, a lo atemporal, a lo maravilloso, a lo siniestro… soltar las riendas de la individualidad y permitir el paranoico desencadenamiento de sucesos donde lo externo es el único culpable.

El Negro Felipe será, literalmente, el chivo expiatorio que da cuerpo a los temores, terrores, culpas y atavismos de la familia ante pecados que están ahí sólo por nacer, crecer y sentir deseos incestuosos; por menstruar, por amamantar y por no saber, como hombre, la manera de sostener a la familia, trasladando yerros a un Dios demasiado ocupado y culpar de ellos al buen Satanás que se pasa de liviano y arma toda una estratagema de destrucción de la célula social por excelencia del mundo yanqui republicano ayer, hoy siempre: la buena-familia rezadora que hace de la fe una pose  vanidosa, pero que caerá como los muros de Jericó a los primeros trompetazos; y así no habrá oraciones que eviten que la bella y núbil Tomasita se entregue felizmente encueradita al aquelarre liberador de la toma de consciencia, del gozo por su individualidad ganada, del poder que en la película le brinda el Diablo, pero que en la realidad se obtiene con el libre albedrío.

La bruja (The VVitch: A New-England Folktale)

Robert Eggers, Estados Unidos-Reino Unido-Canadá, 2015 – 92 min.